18 de Junio, 2010

"Ahora no hay más música que la de las palabras, y esas, sobre todo las que están el los libros, son discretas, aunque la curiosidad trajera a alguien a escuchar tras la puerta de la casa, no oiría más que un murmullo solitario, ese largo hilo de sonido que podrá prolongarse infinitamente, por que los libros del mundo, todo juntos, son como dicen que es el universo, infinitos."


José Saramago
[1922 - 2010]

Fuiste un grande y siempre lo vas a ser, por que tus ideas, tus palabras, ellas perduran en los libros, que son infinitos y al mismo tiempo inmortales, como vos.


"Si el mundo alguna vez consigue ser mejor, solo habrá sido por nosotros y con nosotros"


Gracias, José

Idiot Smile

Hay días en que se me dibuja una sonrisa idiota en la cara...




esos días soy
FELIZ

Tokio Blues - Huraki Murakami [Fragmento]


¿De qué me estaba hablando ella?

¡Ah, sí! Me hablaba de un pozo. No sé si existía en realidad o si era alguna imagen o símbolo que sólo existía para ella. Como tantas otras cosas que, en aquellos días inciertos, entretejía su mente. Sin embargo, después de que Naoko me hablara del pozo, he sido incapaz de imaginarme aquel prado sin su existencia. La figura de un pozo que jamás he visto con mis propios ojos está grabada a fuego en mi mente como parte inseparable del paisaje. Puedo describirlo en sus detalles más triviales. Se encuentra en la linde donde termina el prado y empieza el bosque. Es un gran agujero negro de un metro de diámetro que se abre en el suelo, oculto hábilmente entre la hierba. No lo circunda brocal alguno, ni siquiera un cercado de piedra de una altura prudente. Se trata de un simple agujero abierto en el suelo. Aquí y allá, las piedras del reborde, expuestas a la lluvia y al viento, han mudado a un extraño color blancuzco, se han agrietado y han ido desmoronándose. Unas lagartijas verdes se deslizan entre las grietas. Sé que si me asomo y miro hacia dentro no veré nada. Es muy profundo. No puedo imaginar cuánto. Y está tan oscuro como si en una marmita alguien hubiera cocido todas las negruras de este mundo.
—Es muy, pero que muy profundo —decía Naoko escogiendo cuidadosamente las palabras. Ella hablaba así a veces: muy despacio, buscando los términos adecuados—. Es muy profundo. Pero nadie sabe dónde se encuentra. Claro que está por allí, en algún sitio. Eso es seguro.

Y, con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta de tweed, se volvió hacia mí y me sonrió como diciendo: «¡Es verdad!».

—Tiene que ser muy peligroso —comenté—. Hay un pozo muy hondo por alguna parte. Pero nadie sabe encontrarlo. Si alguien se cae dentro, está perdido.

—Pues sí, está perdido. ¡Catapún! Y se acabó.

—¿Y eso ocurre?

—Quizás una vez cada dos o tres años. Alguien desaparece de repente, y por más que lo buscan no lo encuentran. Entonces la gente de por aquí dice: «Se habrá caído dentro del pozo».

—¡Vaya! No es una muerte muy agradable que digamos.

—iOh, no! Es una muerte horrible —dijo Naoko sacudiéndose con la mano unas briznas de hierba de la chaqueta—. Si te rompes el cuello y te mueres sin más, todavía, pero si resulta que sólo te tuerces el tobillo, o algo parecido, estás perdido. Por más que grites, nadie va a oírte, no hay esperanza alguna de que nadie te encuentre, los ciempiés y las arañas pululan a tu alrededor, el suelo está lleno de huesos de personas que han muerto allá dentro, todo está oscuro, húmedo... Y allá arriba se dibuja un pequeño círculo de luz parecido a la luna en invierno. Y tú vas muriéndote allí, solo.

—Si lo pienso se me ponen los pelos de punta —dije—. Alguien tendría que buscarlo y cercarlo.

—Pero nadie puede encontrarlo. Así que ten cuidado y no te apartes del camino.

—No temas. No lo haré.
Naoko sacó la mano izquierda del bolsillo y agarró la mía.

—Pero a ti no te pasará nada. Tú no tienes por qué preocuparte. Aunque anduvieras por aquí de noche con los ojos cerrados, tú jamás te caerías dentro. Seguro. Y a mí, mientras esté contigo, tampoco me pasará nada.

—¿Jamás?

—Jamás.

—¿Y cómo lo sabes?

—Lo sé. —Naoko asió mi mano con fuerza. Luego siguió andando un rato en silencio—. Estas cosas las sé muy bien. De pronto las siento, y punto. Por ejemplo, ahora que estoy agarrada a ti con fuerza, no tengo miedo. Nada puede hacerme daño.

—Entonces es fácil. Basta con que estés siempre así —dije.

—¿Eso... lo dices en serio?

—Desde luego.

Naoko se detuvo. Yo también. Ella posó sus manos sobre mis hombros y se quedó mirándome fijamente. En el fondo de sus pupilas, un líquido negrísimo y espeso dibujaba una extraña espiral. Las pupilas permanecieron largo tiempo clavadas en mí. Después se puso de puntillas y acercó su mejilla a la mía. Fue un gesto tan cálido y dulce que mi corazón dejó de latir por un instante.

—Gracias —dijo Naoko.

—De nada —contesté.

—Estoy muy contenta de que me digas eso. —Esbozó una sonrisa triste—. Pero no es posible.

—¿Por qué?

—Porque no puede ser. Porque es horrible. Eso... —Pero enmudeció y siguió andando en silencio.

Comprendí que debía de darle vueltas a algo, así que, sin mediar palabra, empecé a andar a su lado en silencio.

—Porque eso... no es bueno. Ni para ti, ni para mí —prosiguió ella mucho rato después.

—¿Y en qué sentido no lo es? —le pregunté en voz baja.

—Eso de que alguien proteja eternamente a alguien... es imposible. Mira. Suponiendo, ¿eh?, suponiendo que te casaras conmigo... Tú trabajarías en alguna empresa, ¿no es así? ¿Quién me protegería mientras tú estuvieses en el trabajo? ¿Y quién me protegería mientras estuvieses de viaje de negocios? ¿Tengo que estar pegada a ti hasta que me muera? ¿Dónde está la igualdad? A eso no puede llamarse una relación humana, ¿no te parece? Además, cualquier día acabarías hartándote de mí. Te preguntarías: «¿Qué es mi vida? ¿Hacer de niñera de esta mujer?». Yo no quiero eso. No resolvería mis problemas.

—Mis problemas no tienen por qué durar toda la vida. —Posé mi mano en su espalda—. Algún día acabarán. Y cuando todo haya terminado, bastará con que reconsideremos el asunto. Bastará con que pensemos qué debemos hacer a partir de entonces. Y ese día tal vez seas tú quien me ayude a mí. No tenemos por qué vivir haciendo balance. Si tú ahora me necesitas a mí, me utilizas sin más. ¿Por qué eres tan terca? Relájate. Estás tensa y por eso te lo tomas así. Si te relajas, te sentirás más ligera.

—¿Por qué dices eso? —La voz de Naoko sonó muy seca.

Al oírla, comprendí que acababa de pronunciar las palabras equivocadas.

—¿Por qué? —repitió Naoko con la vista clavada en el suelo—. Si te relajas, te sientes más ligero, eso también lo sé yo. No hace ninguna falta que me lo recuerdes. Pero si ahora me relajo me haré pedazos. Desde hace tiempo he sido incapaz de vivir de otra manera, y todavía lo soy. Si bajara la guardia, aunque fuera una sola vez, sería incapaz de recomponerme a mí misma. Me haría pedazos y éstos volarían con un soplo de viento. ¿Cómo puede ser que no lo entiendas? ¿Cómo puedes decir que cuidarás de mí si no comprendes eso?

Enmudecí.

—Me siento mucho más perdida de lo que puedas imaginarte. Perdida entre tinieblas y hielo... Escucha... ¿Por qué te acostaste conmigo aquel día? ¿Por qué no me dejaste en paz?

Andábamos por un pinar en el más absoluto silencio. En lo alto de una cuesta había esparcidos los restos de unas cigarras muertas a finales del verano, que crujían bajo nuestros pies. Naoko y yo cruzamos el pinar despacio, con la mirada fija ante nosotros, como quien busca algo.

—Lo siento —dijo Naoko tomándome del brazo cariñosamente. Sacudió varias veces la cabeza—. No pretendía herirte. No hagas caso de mis palabras, ¿eh? Lo siento muchísimo. Sólo estaba enfadada conmigo misma.

—Quizás aún no te comprenda —afirmé—. No soy muy inteligente y me cuesta entender las cosas. Pero, con un poco de tiempo, llegaré a entenderte. Y no habrá nadie en el mundo que te comprenda mejor que yo.

Nos detuvimos un momento y aguzamos el oído en el silencio que nos envolvía. Con la punta del zapato hice rodar los restos de las cigarras y unas piñas, contemplé el cielo a través de las ramas de los pinos. Naoko permanecía absorta con las manos en los bolsillos, sin mirar nada en concreto.

—Watanabe, ¿me quieres?

—Claro —respondí.

—¿Puedo pedirte dos favores?

—Incluso tres.

Naoko sacudió la cabeza sonriendo.

—Con dos es suficiente. El primero es que te agradezco que vengas a verme. Estoy muy contenta y me... me ayuda mucho. Quizá no lo parezca, pero es así.

—Volveré a venir —dije—. ¿Y el otro?

—Que te acuerdes de mí. ¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado?

—Me acordaré siempre.

Ella prosiguió la marcha sin más, en silencio. La luz del otoño se filtraba a través de las copas de los árboles y danzaba sobre los hombros de su chaqueta. Volvió a oírse el ladrido del perro, ahora más cercano. Naoko subió un ligero promontorio parecido a una colina pequeña, salió del pinar y bajó la suave pendiente a paso ligero. Yo la seguía dos o tres pasos detrás.

—Ven. El pozo puede estar por aquí cerca —le advertí a sus espaldas.

Naoko se detuvo, me sonrió y me tomó del brazo. Recorrimos el resto del camino el uno junto al otro.

—¿No me olvidarás jamás? —me preguntó en un susurro.

—Jamás te olvidaré. No podría hacerlo.

Moving Forward (Pt. II)

“Avanzo y escribo, decido el camino. Las ganas que quedan se marchan con vos.”

Último paso: Cerrar un capítulo.

Nunca pensó que fuese tan difícil concluir concientemente con una etapa de su vida, en realidad, nunca lo pensó. No se sentía completamente preparada pero ya era hora de darle un punto final a aquella historia sin fin. Tomó la lapicera y con mano temblorosa, escribió:

Querido Hombre Imaginario:

¿Debería llamarte querido? No lo se. Pero que importa, es la última vez que te llamo así y probablemente, la última vez que escribo algo relacionado con vos. Es que al fin decidí prestarle atención a todas las cosas que decías entre líneas. Hacerte caso y avanzar.

Tal vez te sorprenda que hasta ahora “no lo haya superado”. Creo que el principal problema es que comprendía el COMO, pero no el POR QUE. Entendí perfectamente como se fueron dando las cosas, pero lo que me dejó estancada fue no saber el por que sucedieron. Sí, sí, recuerdo bien todas aquellas excusas que me diste como motivos, pero te olvidaste (¿cómo se te olvido eso?) que mi intuición no falla y en un segundo supe que mentías. Sin embargo, luego de ser arrastrada hacia abajo por la corriente, intenté de a poco ir saliendo del pozo.

Creí haberlo superado.

Luego llegó aquella etapa de viajes. A mi me sirvió para madurar y ver las cosas desde otra perspectiva. No dudo que para vos significó lo mismo, pero a veces pienso que también te trajo recuerdos. Sino, no encuentro justificación a que fueras (al menos conmigo) la misma persona de antes. Hasta ahí, todo bien.

Lástima que la calma dure poco por que de repente, tembló. Nos separamos y guardaste silencio como tan bien sabes hacer, sólo que esta vez fue por mucho tiempo. ¡Qué increíble es el poder de la mente! Digo esto por que ese temblor no fue un desastre natural, sino el resultado de un montón de cosas en tu cabeza. También puede ser que quisieras divertirte a costa mía, pero me cuesta creerte capaz de eso.

No puedo decir que no saque nada bueno de la situación (¡Ahhh que bronca! Siempre termino aprendiendo algo de vos). Con el tiempo fui comprendiendo que mi mente podía hacer muchas cosas, entre esas, imaginarte. ¡Eras un producto de mi imaginación! Tan perfecto, tan…irreal. Jugué a ser Dios, pero olvide que soy un simple mortal y así tu existencia (y la mía) se fue llenando de errores. ¡Que estúpida había sido! Y sin embargo, me sentí bien. Al fin entendí que los “por que” no existían. Cualquier justificación a tu comportamiento hubiese sido válida, ya que todo era una invención mía. Así de simple. No más vueltas.

Hombre imaginario, al fin puedo decir que sos libre (¡y yo también!) No te voy a perseguir más, ni siquiera si decidís entrar en la mente de otra persona, ni te voy a cuestionar cuando quieras guardar silencio. Sólo quiero que sepas una cosa, no me vendría mal escuchar un “perdón” algún día.

En fin, es tiempo de seguir adelante.

Gracias por todo.

Un recuerdo de tu pasado.

Dobló la carta con cuidado y la guardó en el cajón de su escritorio. Nunca la entregaría a su destinatario, no por miedo a su reacción, sino para tener una constancia física de su logro.

Moving Forward (Pt. I)


Por varios días, lo único que rondaba en su cabeza era aquella frase que había escuchado decir a alguien: “Los pasos más difíciles de dar, son el primero y el último”. Quizás, el motivo de que no pudiera sacarsela de encima, era que ella se encontraba justamente en esa situación, entre el primer y último paso. ¡Qué ambiciosa podía ser a veces!, queriendo hacer dos cosas al mismo tiempo.

Primer paso: Empezar a escribir.

¿Empezar a escribir? Muchas veces se había preguntado por qué no existía una fórmula que le permitiera elegir la mejor idea para desarrollar, o la mejor forma de comenzar un texto. Le era imposible determinar que cosas era importante decir y que otras eran pensamientos irrelevantes. Y sin embargo, no renunciaba a la escritura porque pese a los dolores de cabeza, era casi la única forma que tenía de ordenarse y encontrar un poco de paz.

Ordenó su escritorio, buscó su cuaderno, la lapicera favorita, preparó una taza café, puso música, se sentó, contempló la hoja en blanco, bebió el café, se paró, volvió a sentarse, miró a través de la ventara, luego nuevamente la hoja. Nada.

Frustrada, se dejó caer sobre el respaldo de la silla y durante varios minutos se quedó ahí inmóvil con los ojos cerrados, escuchando la música y con la mente en blanco.

“When life moves, free your heart and strengthen thy soul”

Y de repente, lo comprendió.